por Fran Stella
En general, miramos al cielo para encontrar respuestas. Buscamos en las estrellas una especie de brújula que nos guíe, una hoja de ruta. El problema con esa imagen es que en algún lugar esconde, aunque sea disfrazada de espiritualidad new age o de reivindicación brujil, la idea de que existe el camino correcto, por un lado, y de que existe un Norte, por el otro.
Ninguna de esas dos vías nos empoderan realmente. Empoderar en el sentido de volvernos sujetxs que investigan cuál es su propio camino y cómo se lo abre. Sujetxs que se preguntan si orientarse hacia el Norte o hacia otra dirección.
Esa investigación -esa pregunta- no es una tarea solitaria: es con otrxs. Entre muchxs nos ayudamos a preguntarnos qué dirección seguir, qué herramientas usar para abrir camino y en ese proceso, vamos construyendo sentidos que no son “reales y objetivos” -es decir, no son externos a nosotrxs, no están escritos ahí afuera- sino que son situados: específicamente en un cuerpo, en cierto territorio y en cierto momento y por un período de tiempo determinado.
Sentidos provisorios que, como trenes, nos llevan de una estación a otra hasta que tengamos que combinar quién sabe con qué transporte y en qué nueva dirección. Es en este contexto que aparece, una vez más, la invitación a meditar sobre la Luna Llena, es decir, a meditar sobre la relación Sagitario-Géminis.
Si muchas veces la imagen del espejo nos sirve para pensar las implicancias de este símbolo que no produce luz propia sino que refleja la luz del sol, es dentro de esa imagen que proponemos una plegaria que no es otra cosa más que una insistente pregunta que ojalá vuelva sobre cada quien: no es a la luna a quien preguntamos, sino a ese lugar adentro nuestro que no quiere averiguar sino que le acerquen la respuesta en bandeja.
¿Cómo se conjugan la entrega y la duda? ¿El sentido y la contradicción?
Conjugar de hacer coexistir lo que aparentemente es opuesto: la certeza y la duda.
De invitar a compartir espacio al pulso que encuentra el sentido en una dirección y al pulso que abre múltiples direcciones para preguntarse por el sentido de las cosas.
De encontrar contextos más amplios y más complejos, en los que una pelea entre perros puede ser parte de algo desconocido, hermoso, amoroso. En donde el dolor puede ser también amor porque las contradicciones son la vara de lo real.
Y también, y también, y también en un sin fin de rulos, en una virulana de direcciones que puede contener lo heterogéneo que de cerca se mueve rápido, porque se mueve también de manera lenta, amplia y global si lo vemos de lejos.
Una articulación hecha de puedo-también-moverme-como-el-sistema-solar: en espiral y en diagonal. Hacia adelante, arriba, atrás, abajo, alrededor. A-A-A-A-A.
Una invitación a imaginar una estructura tenségrica precisa y sostenedora que responde a las preguntas con más preguntas, porque lo cierto toma la forma de quien se cuestiona en su propia panza.
¿Es la posibilidad de dudar la que arma el sentido de lo que probablemente no lo tenga más que para mí, hoy, ahora y quizás ya no más?
El sentido de un momento que es tan solo eso -un momento- en un proceso mucho más grande ¡casi impensable! cuyo sentido siempre se nos escurrirá de las manos como un río.
¿Queremos hacer como los castores que desvían los ríos cuando construyen sus hogares? ¿Queremos hacer como los piratas y traficar por él cosas impensables? ¿Remaremos contra la corriente hasta acalambrarnos? ¿A qué queremos jugar?
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